Artículo del consejero de Educación, Cultura y Deportes Ángel Felpeto con motivo del Día de la Enseñanza 2017.

Todo cambio social pasa por la educación. La sociedad que queremos se gestará en la escuela que construyamos y se fundamentará en la educación que ofrezcamos. Si queremos una sociedad desigualitaria, injusta, regresiva, con oportunidades para una minoría; si queremos una sociedad individualista, con escasas convicciones democráticas, solo tendremos que olvidarnos de la educación; pero si queremos una sociedad en progreso, en que todas las personas sean iguales y, consecuentemente, tengan las mismas opciones para realizar sus sueños, una sociedad justa, solidaria y cohesionada, el conjunto de nosotros y nosotras estamos convocados a la tarea de educar.

Pero la educación no es solo una responsabilidad social y moral colectiva, sino que es también un derecho cuyo ejercicio debe prolongarse a lo largo de toda la vida. De acuerdo con esta convicción, es imprescindible posibilitar una escolarización desde edades tempranas que se extienda, como opción, a lo largo de todo el itinerario vital, para que cualquiera que así lo decida, se reincorpore al sistema en busca de un nuevo impulso para sus expectativas y anhelos.

Por otra parte, parece evidente que los dictados éticos de nuestro tiempo nos impulsan a preconizar y a proteger la igualdad como principio, a crear un marco de respeto y de atención a la diversidad, a la calidad entendida como el mayor grado de exigencia en los estándares de cada uno de los aspectos que conforman nuestro proyecto, siempre y cuando esos indicadores alcancen a todas las personas, sin distinción.

La institución escolar, en definitiva, debe ser concebida no solo como un centro de aprendizaje, sino también como una comunidad de convivencia, donde la resolución constructiva de los conflictos, el respeto a la diferencia, la interculturalidad y la participación activa en la construcción de un clima de concordia deben ser las líneas directrices.

No debemos perder de vista, en ningún momento, que es, también, una responsabilidad colectiva de nuestro tiempo cooperar para remover los obstáculos, para poder franquear las fronteras con libertad y sin perjuicio de la seguridad de todos y de todas. Por ello, la primera barrera que debe ser derribada es la de la comunicación, para lo que es imprescindible que la educación otorgue protagonismo al aprendizaje de otras lenguas distintas de la lengua madre.

No olvidemos, ni por un instante, que, si la escuela es la segunda instancia de socialización, tras la familia, el mundo del trabajo es un ámbito que representa un capítulo clave en la inserción social y en el respeto y el ejercicio de la dignidad de las personas. También en esta esfera, la educación tiene una respuesta importante que ofrecer a través de la Formación Profesional.

 

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